Se ha hablado mucho en los últimos días sobre la derrota de Costa Rica ante Panamá en la “Cueva”.
Los amantes del fútbol y seguidores de la Sele han vivido una especie de duelo porque había ilusión en un cambio. El marcador golpeó.
En el duelo, hay dos fases que son inevitables, la ira y la negación.
La ira la externaron los aficionados en las gradas coreando el “ole”, insultando y silbando a ciertos jugadores y llegando al extremo de que, en el propio juego, lejos de apoyar, empezaron a entonar canciones de su equipo nacional favorito.
La negación consiste en cegarnos y pensar que esa derrota se debió a ese comportamiento incomprensible de los fanáticos.
Pues no, perdimos porque el rival fue muy superior, por una mala alineación, un pésimo funcionamiento colectivo, una lectura deficiente y una estrategia de juego desafortunada, considerando el rival y lo que nos jugábamos en la serie.
Pero los males de la selección van más allá del comportamiento del “Monstruo de las mil cabezas”. No confundamos la gordura con la hinchazón.
Nuestro campeonato es emocionante por momentos y según dicen los dirigentes el formato es rentable, pero no está favoreciendo la competitividad, ni está potenciando a jóvenes promesas pese a la norma Sub 21.
Jugar cada 3 días y en ocasiones cada 48 horas, está atentando contra el desarrollo técnico, táctico, físico y mental de los jugadores. No permite una adecuada planificación en factores como la frecuencia, la duración y la intensidad de los entrenamientos e imposibilita la distribución equilibrada de cargas de trabajo para evitar lesiones y fatiga excesiva.
Muchos jugadores referentes, que dan espectáculo y que pueden ser seleccionados sufren lesiones que les llevan 2 o 3 meses de recuperación y en ese periodo ya se ha jugado un 90% del torneo. Eso nos resta armas.
El Apertura empieza en julio y termina en diciembre. En ese ínterin hay Supercopa, Recopa, Torneo de Copa, Concacaf y Fechas FIFA ¿Cuándo se trabaja? ¿Cuándo se corrigen errores? Después vienen las fiestas de fin de año, las tamaleadas, los asados, etc y a inicios de enero, inicia el Clausura.
No hay tiempo para nada, mucho menos para lo importante: planificar, recuperar, innovar, evaluar y competir. ¡El cortoplacismo es lo que nos está matando!